Viajes insostenibles

¿Puede el turismo volverse sostenible?

El turismo a menudo se describe como una de las industrias más grandes del mundo, que mueve muchos millones de empleos, dólares y llega a (casi) todos los rincones del planeta. Sin embargo, en medio de la crisis climática y de los debates sobre el «overtourism«, queda claro que, para contribuir a un futuro sostenible, la forma en que viajamos debe transformarse.

Image: http://tourism4sdgs.org/

¿Por qué viajamos?

En su libro «Sapiens«, Yuval Harari nos recuerda cómo algunos hábitos modernos que generalmente consideramos «obvios» o «naturales» son, en realidad, lo opuesto. Él usa como ejemplo el deseo ampliamente popular de viajar de vacaciones.

Harari relaciona la popularización del turismo con los mitos del consumismo moderno. La idea subyacente es que ir a diferentes lugares, probar diferentes cocinas y vivir una amplia gama de  «experiencias» es la forma de aprovechar al máximo nuestra experiencia humana. Viajar se ofrece entonces como un producto prometedor, capaz de ofrecer una gran cantidad de «experiencia» en poco tiempo:

“La industria del turismo no vende boletos de avión y habitaciones de hotel. Vende experiencias. París no es una ciudad, ni India un país: ambas son experiencias, cuyo consumo se supone que amplía nuestros horizontes, cumple nuestro potencial humano y nos hace más felices”.

Contribuyendo a la conciencia planetaria

Aunque su impacto ambiental y social sea innegable, visto positivamente, el turismo ha desempeñado un papel importante en la promoción del intercambio intercultural. El investigador Daniel Wahl, en una serie reciente de artículos esclarecedores sobre el turismo regenerativo, nos recuerda que el turismo también merece algo de crédito:

“Permitió a más personas conocer, aprender, admirar, apreciar, hacerse amigo, enamorarse de lo que solían ser extraños. Conocer personalmente a personas de otra cultura y lugar ha marcado una diferencia en nuestra creciente conciencia planetaria. Ayudó a muchos a dejar de temer el que viene de fuera de su cultura nativa.”

Wahl también cuestiona si el turismo podría convertirse en un catalizador para un cambio positivo. Para él, la respuesta es sí. Pero primero tiene que transformarse profundamente, pasando de una actividad actualmente caracterizada por su gigantesca huella energética, climática, hídrica, eco-social y económica a una que ayude a crear destinos florecientes y lugares prósperos.

¿Por qué se volvió insostenible?

Muchos de los destinos turísticos icónicos del mundo enfrentan las consecuencias de una exploración irresponsable. Venecia, con una población de 50,000 habitantes, recibe más de 30 millones al año, mientras que Amsterdam, con menos de un millón de habitantes, recibe 18 millones de turistas anualmente. En Barcelona, una encuesta reciente señaló que el «turismo» es la principal preocupación de la población, dejando atrás temas como «desempleo» y «corrupción».

En estas ciudades, y en muchas otras, está aumentando lo que se llama «turismofobia», ya que el impacto del turismo masivo en la vida cotidiana de los ciudadanos les trae muchos problemas, desde el exceso de basura hasta la gentrificación. Lo peor es que esta saturación de visitantes también puede contribuir a la pérdida de costumbres y formas de vida locales, así como a la pérdida de hábitats y ecosistemas.

Cuando miramos los datos, también entendemos que el turismo masivo no es necesariamente igual a turismo democrático. En primer lugar, viajar en avión sigue siendo un lujo que la mayoría de la gente no puede permitirse. Aunque su impacto ambiental nos afecta a todos, la estimación es que entre el 80% y el 90% de la población mundial nunca ha viajado en avión. Además, los viajes están distribuidos de manera desigual, con el continente asiático representando el 60% de la población mundial, pero solo el 32% del total de kilómetros recorridos en avión, mientras que Estados Unidos, que representa solo el 5% de la población mundial, es responsable de 28% (Fuente: Alternativas Economicas n.71).

¿Cómo podría ser sostenible?

Las alternativas para viajar de forma más respetuosa con las personas y el planeta a menudo incluyen el incentivo del turismo lento y local. Alentar a las personas a visitar lugares más cercanos a donde viven o a visitar menos lugares y pasar más tiempo en cada uno, parece un comienzo razonable. Como viajar es un deseo altamente aspiracional, es clave que la banalización de los viajes de larga distancia comience a ser vista como algo dañino y «uncool».

En los países desarrollados, la vergüenza por volar (flygskam en Sueco) ya es una realidad, con personas buscando otros medios de transporte menos contaminantes ante la creciente crisis ambiental. Otro componente clave es la legislación, que podría, por ejemplo, ajustar los precios del mercado poniendo fin a las exenciones y subsidios de los que las compañías aéreas se benefician o limitar la cantidad de vuelos cortos (ya que estos son comparativamente los más contaminantes).

El crecimiento de los viajes en masa representa una amenaza real para los entornos naturales y culturales. Sin embargo, paradójicamente, la industria de viajes depende en gran medida de la preservación de ellos. Por lo tanto, debería estar liderando una revolución sostenible en el sector, utilizando su poder proteger activamente la diversidad biocultural, proporcionando beneficios tangibles para las comunidades locales y adoptando prácticas más amigables con el medio ambiente.

Para lograr los ODS debemos desafiar la vieja forma de hacer las cosas, y esto incluye la forma en que viajamos. También la idea predominante de que «lejos» y «exótico» implica necesariamente en experiencias mejores y más enriquecedoras. Cuando las personas descubren destinos de ocio y contemplación más cerca de casa, tienden a reducir la emisión de carbono de sus viajes. Pero, lo que es más importante, comienzan a conocer y valorar su cultura y ecosistemas locales. Ese es un paso muy importante para comenzar a protegerlos.

 

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